jueves, 25 de noviembre de 2010

ANIVERSARIO DEL COMBATE DE CHANCAY


El 25 de noviembre de 1820 se produce el Combate de Chancay. Durante la campaña libertadora del Perú, un grupo de reconocimiento de veinticinco granaderos a caballo al mando del Capitán Juan P. Pringles, es atacados por tres escuadrones realistas al mando del Coronel Gerónimo Valdés, entablándose un combate en el cual los patriotas son derrotados con dos terceras partes de sus soldados muertos. Pringles con los sobrevivientes toma la costa del mar y en vez de rendirse cabalga para internarse en las aguas. El jefe español al ver este acto de heroísmo le ofreció una capitulación honrosa que lo salvó junto con los soldados que quedaban. Posteriormente el General José de San Martín otorgó a Pringles y a sus hombres una condecoración con el lema: Gloria a los vencidos de Chancay. Los españoles, para expresar su respeto hacia ellos, hicieron acuñar cinco medallas, una para cada uno, con la leyenda: La Patria a los vencidos, vencedores de pescadores.

Chancay es una pequeña localidad que se encuentra en territorio peruano, sobre la costa del Océano Pacífico, en la cual, el 25 de noviembre de 1820, un puñado de valerosos soldados patriotas protagonizó una heroica acción que se perpetuaría en la historia. Corrían los duros años de la epopeya emancipadora y poco faltaba para que esta culminara en Ayacucho. El avance del ardor libertario, partiendo del Plata, había corrido a través de la mole andina liberando a Chile y en esos momentos, estaba consolidando su plan en suelo peruano. Entre uno de los tantos hechos de armas que contribuyeron al esfuerzo patriota, se encuentra el protagonizado por un piquete de 19 granaderos, al mando del fogoso y temerario Teniente Juan Pascual Pringles. Este había recibido orden de marchar a la Caleta de Pescadores, a 15 Km de Chancay, donde debía aguardar al comandante colombiano Tomás Heres, y a varios oficiales del Batallón Numancia, para transmitirles una orden y aguardar la respuestaComo expresa recomendación, había recibido la de evitar todo encuentro con tropas realistas, debiendo replegarse en ese caso al emplazamiento de la reserva patriota, con prohibición absoluta de empeñarse en combate.
El destacamento realizó una marcha forzada durante la noche desde su campamento hasta el lugar indicado, que quedaba entre los médanos de una costa relativamente baja con algunas barrancas, encontrándose allí al amanecer. Hasta allí, cumplió en un todo las precisas indicaciones que tenía, cuando de improviso surgieron de las brumas de la todavía incierta mañana, tres escuadrones españoles que superaban holgadamente al reducido destacamento de granaderos.
El aparecer y presentar combate fue una sola acción que, sorprendiendo a los patriotas, tanto por el número cuanto por la configuración del terreno, los obligó a combatir desigualmente y de espaldas al mar Pringles, resuelto a abrirse paso, cargó en varios intentos, dejando tres muertos y once heridos, incluido él mismo. Negándose a entregarse y en un arrebato de indignación e impotencia desesperada, volvió grupas a su cabalgadura e intrépidamente se internó entre las olas, ante la vista atónita y admirada de sus propios soldados y del enemigo.
El jefe español, mandó rápidamente un estafeta a informar del hecho a su jefe inmediato, el general Valdez, quien marchaba no lejos de allí, al mando del grueso de las tropas españolas. Enterado, éste galopó hasta el lugar del combate, llegando a presenciar el momento en que Pringles, aún montado, era envuelto por el oleaje, perdía el equilibrio y era presa de la violencia del mar, siendo desmontado. Valdez picó espuelas a su cabalgadura y también penetró en el agua, ofreciéndole a Pringles a viva voz la garantía de su vida.
Este, advirtiendo tal vez lo estéril de su sacrificio y medio ahogado, alcanzó las ancas del caballo del general y aceptó su propia salvación. Llegado a la playa, Valdez ordenó rescatar al caballo del valeroso oficial y reunir a sus soldados.
San Martín recibió el parte del jefe de Pringles, Alvarado, en el cuartel general de Supe. En el Boletín del Ejército Unido Libertador del Perú, correspondiente al 2 de diciembre de 1820, se hizo conocer lo ocurrido a las tropas, en los siguientes términos:
[...] Una partida de 19 granaderos al mando del Teniente Pringles salió a reconocer al enemigo y por fortuna nuestra fue cortada por 80 caballos y hecha prisionera cerca de Chancay. Ellos se rindieron, pero el enemigo quedó cubierto de ignominia; quizá no hay ejemplo en el mundo, de un combate más desigual y que tanto deshonre al vencedor: los vencidos se han hecho acreedores de la admiración de los enemigos y del aplauso de sus compañeros de armas.
Posteriormente, la orden del día, proclamó lo siguiente: [...] ¡Soldados! Una de nuestras partidas de observación ha caído en poder de los enemigos en Chancay: el teniente Pringles y 19 granaderos fueron sorprendidos por setenta hombres. Cargaron sobre ellos, rompieron la línea, pero al fin tuvieron que ponerse en fuga a la vista de cien hombres más que venían a unirse a los últimos. De nuestros bravos, tres quedaron en el campo, once fueron heridos y seis han caído prisioneros, incluso el oficial. La excesiva superioridad del número y el estado en que se hallaban los caballos de nuestra partida, han dado al enemigo este humillante triunfo. Él debe avergonzarse de haber vencido a 20 granaderos que acababan de romper su línea y dejar tendidos en el campo, entre muertos y heridos, a 26 lanceros y a más de un oficial, según se asegura. El vencedor ha quedado escarmentado en este choque, y llenos de orgullo, los vencidos. ¡Soldados!: No temáis a un enemigo que sólo busca victorias que degradan y daos la enhorabuena por una pérdida que hace tanto honor a nuestros compañeros de armas. San Martín.En los primeros días de enero de 1821 el teniente Pringles y sus granaderos fueron canjeados y remitidos de Lima al campamento patriota, en Huaura, después de una penosa estadía en los lóbregos calabozos de Casas Matas, en las baterías de El Callao, donde no tuvieron honores ni reconocimiento a su bravura, sino solamente, y en dura forma, el tratamiento dado a un enemigo prisionero. Pringles recibió una severísima reprimenda, seguida de una grave sanción, por parte del general San Martín, pero no por ello su magnanimidad dejó de reconocer la intrepidez y el valor del joven oficial, por lo que al anunciarle su reincorporación al Ejército Libertador, resolvió otorgarle un honroso premio.
Consta de un escudo redondo de paño celeste, que lleva bordadas en plata en su perímetro, dos ramas de laurel y una inscripción singular, no tanto en su mensaje, cuanto por las formas en que está expresado. Dice así:
“GLORIA A LOS VENCIDOS EN CHANCAY”
El premio, sin olvidar la derrota, resaltaba el reconocimiento a la recia bravura de la acción, mediante una inscripción en grandes letras, mientras que aquella aparecía en caracteres pequeños.
Así, la sanción se convirtió en honrosa prenda de reconocimiento al valor y al arrojo demostrados por el gallardo oficial. Ejemplos como este, que abundan en nuestra historia militar, deberían ser tenidos en cuenta a la hora de poner pecho, no solamente a las armas enemigas, sino también, incluso, hasta la ofensa verbal y cobarde de quienes pretenden atacar o insultar a las instituciones de la República. He aquí, una vez más, otra de las muy actuales enseñanzas que nos da nuestro venerable pasado, y en este caso, relacionado con el Espíritu Militar.
Fuente: Por el My (R) Sergio O. H. Toyos para el Diario Soldados.


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